Jesús me mostró su misericordia
Testimonio por: Sara Miranda.

El testimonio de Sara Miranda comienxza así: El año 2014, no puedo dejar de decir, que para mí fue un año lleno de oportunidades y agradezco a Dios por haberme puesto en el lugar correcto, en el tiempo correcto. Por gracia de Dios fui elegida como responsable de equipo para las Mega Misiones 2014, sabía que iba a ser un gran reto y fue causa de mucha alegría así como también fue de muchos nervios e inseguridad, sin embargo fueron de las misiones más hermosas que he vivido, las que me han dejado la lección más grande de mi vida, y que hoy quiero compartir en este post.

Desde que mi respuesta había sido ‘SÍ’ para liderar un equipo de misioneras, las complicaciones se me presentaron: no encontraba equipo, todas a quienes invitaba me decían que “lo iban a pensar”, no tenía mancuerna y lo peor fue que cuando nos asignaron las comunidades, a mi equipo le fue asignada la comunidad donde el 15% eran católicos y los demás eran Evangélicos o Testigos de Jehová… tenía miedo.

Finalmente, Dios puso a las personas que tenían que estar en esa misión y le agradezco en especial por una, que sin ella de verdad todo hubiese sido más difícil. El esperado sábado que daba inicio a las Mega Misiones por fin llegó, la misa de envío en la Basílica de Guadalupe llenaba cada rincón de esperanza y alegría, notaba que las niñas de mi equipo estaban contentas, yo estaba un poco nerviosa, sin embargo la alegría podía más que cualquier miedo que intentara meterse en mi cabeza.

Por fin llegamos a la cabecera municipal, donde nos irían a recoger para repartirnos por las comunidades, llegaron por nosotras y nos trepamos rápidamente en la camioneta, después de aproximadamente 30 minutos de viaje, llegamos a la comunidad, nos esperaban algunas señoras y niños con comida y refrescos afuera de la capilla, al llegar nos recibieron con timidez y nos miraban con un cierto aire de desconfianza, el ambiente era tenso y se respiraban en el aire los conflictos e inseguridades de los habitantes de aquella comunidad no me sentía plenamente a gusto. Al empezar a comer alguien, no recuerdo con claridad quien dijo: “Pues, el padre dijo que venían misioneros, entonces pues la verdad esperábamos puros hombres”. Creo que nunca en mi vida había sentido una peor desilusión “Esperábamos puros hombres” le decían al único equipo de puras mujeres, sentí como el entusiasmo se me escapaba con cada respiración, pero tenía que mostrarme fuerte ante el equipo, seguí comiendo mientas analizaba a la gente de la comunidad, en sus miradas habían muchos sentimientos, se carecía de una esperanza y la gente no estaba feliz. Me percaté que justamente frente a la capilla había dos casitas, en una de ellas había una panadería y donde amablemente nos ofrecieron hospedaje y la otra donde vi a un joven jugando fútbol, con una playera sin mangas y muchos tatuajes y en mi prejuicio tonto pensé: Seguro es de los que ni por error se acercan a la iglesia.

Pasamos la primera noche, hicimos nuestra procesión del Domingo de Ramos y el lunes por la mañana salimos a nuestro primer visiteo casa por casa, nos repartimos en parejas y llevábamos niños de guías para indicarnos en que casas eran de otras sectas y evitar conflictos, al caminar en frente del templo de los evangélicos, vi que nos habían pegado grandes letreros que decían “No adoraras falsos ídolos” y cosas de ese estilo con las que siempre atacan al catolicismo, escenario más gris no podía existir, era el primer día y el caminar ya me era pesado, cuestionaba a cada momento a Dios, ¿por qué me había puesto en aquel lugar?, no lo entendía y no me sentía contenta, sin embargo hacíamos un gran esfuerzo por alentar a los habitantes de la comunidad.

Para cubrir el número de casas que se visitan al día solo nos faltaba una y mi compañera me dijo que entráramos a una de las que estaban enfrente de la capilla y para mi suerte entramos a la casa del joven de los tatuajes cuyo nombre es Daniel. Daniel, estaba afuera y le pregunté por su mamá y me dijo que no estaba, que se encontraba solo. Dudé en quedarme, pero algo me detuvo. Entonces le dije: ¿Puedes regalarnos 5 minutos para leerte la palabra? Él también dudaba, pero finalmente aceptó, ese día meditábamos el pasaje evangélico sobre la negación de Pedro. Terminé de leer, lo miré a los ojos y vi que su miraba guardaba tristeza, entonces inconscientemente dije: ¡Felicidades! Me miró extrañado como si nunca en su vida alguien le hubiera dado una felicitación, continué la frase: “Porque hoy, no negaste a Dios”. En ese momento pude ver como Dios entraba en él, como una mirada triste se convertía en una mirada que ahora tenía una esperanza, lo invitamos a las actividades vespertinas para los jóvenes, aunque todavía un poco escéptica creí que no asistiría, pero para mi sorpresa, en la tarde estaba ahí, bien vestido y bien peinado, por el resto de la semana nos acompañó, a la gente de la comunidad su presencia les hacía ruido, pues nos contaron que era un joven bastante conflictivo y que había tenido problemas con las drogas y el alcohol y el mismo tuvo la confianza de decírmelo y le aconsejé que se confesara y lo hizo. Mi corazón había cambiado, empezaba a comprender el por qué yo debía estar en esa comunidad, mi pesimismo se esfumo, sabía que Dios no podía equivocarse, veía la sed que esa gente tenía de Dios. El día viernes durante la procesión del Vía Crucis fue Daniel quien cargó la cruz y no quería soltarla, su devoción, su amor tan grande por llevar el peso de la cruz sobre su espalda me conmovía, la gente que había conocido el sábado por la tarde ya era otra, cantaban, sonreían, tenían fe, la cruz les hacía olvidar sus problemas pues Jesús podía llevárselos.

El tiempo se acababa y la misión llegaba a su fin el domingo en la mañana, dejamos la comunidad para dirigirnos a la misa de clausura, la gran celebración de la resurrección, por todos los rincones se sentía brotar la alegría y mi alegría tan interna de pronto en medio de tanto ruido escuchó la pequeña estrofa de una canción: “Llévame donde los hombres necesiten tu palabra, necesiten tus ganas de vivir, donde falte la esperanza, donde falte la alegría, simplemente por no saber de ti”, canción que había cantado un centenar de veces, pero que jamás le había tomado sentido e inexplicablemente me eché a llorar, era exactamente lo que había vivido, a esa gente le faltaba esperanza, alegría, ganas de vivir y Dios por medio de nosotras les había regresado eso que habían perdido, Jesús me mostró su misericordia, mi corazón tocó el corazón triste de aquellas personas para iluminarlas yo había sido su herramienta, no lo podía creer, pero recordaba sus sonrisas y no podía negar que el poder de Dios era infinito y para el nada era imposible.

El testimonio de Sara Miranda concluye: Desde ese momento más que nunca comprendí que mi vocación está ahí en llevar su palabra de puerta en puerta, alegrar al triste, dar agua al sediento y decirle:

Aquí estoy, envíame (Is, 6:8)

Gracias por tu testimonio Sara Miranda.

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