¿Qué es la Consagración a María?

 
 

La Consagración a María es un acto de devoción a María Santísima que consiste en hacer la donación entera de sí mismo, en calidad de esclavo, a María, y a Jesús, por medio de María.

Y elegimos a María porque ella fue la única digna que Dios encontró para enviarnos a su Hijo, Jesucristo.

Dios Padre entregó su Unigénito al mundo solamente por medio de María. Por más suspiros que hayan exhalado los patriarcas, por más ruegos que hayan elevado los profetas y santos de la antigua ley durante cuatro mil años a fin de obtener dicho tesoro, solamente María lo ha merecido y ha hallado gracia delante de Dios por la fuerza de su plegaria y la elevación de sus virtudes.[1]

Así que si Dios mismo, quiso darnos al redentor por medio de ella, debemos confiar que ella también nos sabrá llevar de la mano de la mejor forma para lograr nuestra santificación.

Además, María es la que está siempre dispuesta a cumplir la Voluntad de Dios:

“Tomen a cualquiera que cumpla la voluntad de mi Padre de los Cielos, y ése es para mí un hermano, una hermana o una madre.”[2]

Por lo mismo, debemos confiar en ella, que no es sólo la Madre de Cristo porque lo trajo al mundo, sino primero y, sobre todo, porque ella cumple la voluntad de Dios. Consagrándonos a ella, aprenderemos a cumplir la voluntad divina y estaremos con la elegida por excelencia para traer la salvación al mundo.

Para ello, debemos hacer una donación entera de nosotros mismos hacia ella, en calidad de esclavo. Este acto es hecho a ella y, a su Hijo, pero por medio de ella.

 

1. Donación entera de sí mismo.

La donación para que sea completa hay que hacerla en cuerpo y alma. Es la entrega y consagración total a María y a Jesucristo de nuestro ser. Y al ser total, uno se deja en sus manos, de la misma manera en que Dios Padre dejó en sus manos a su Hijo, con esa confianza y esa seguridad plenas.

Queremos seguir el camino de la santidad para llegar al cielo, queremos obtener nuestra salvación, queremos ser parte de la familia de Dios. Por ello debemos cumplir la voluntad de Dios y así ser hermanos de Jesucristo[3].

 

2. Calidad de esclavo.

Aunque hoy en día la palabra esclavo es símbolo de opresión, de abuso y de degradación de la persona humana. No debemos escandalizarnos o asustarnos con esta palabra. En nuestro caso, este concepto es significado de entrega total a María y a Jesús. Es un acto de amor en su expresión más pura, ya que no busca una retribución por la consagración, sino un acto de donación.

Además, esta esclavitud no es algo nuevo en nuestras vidas, ya que desde el bautismo hemos sido convertidos en verdaderos esclavos del Señor.[4] Incluso, esta esclavitud ya viene precedida desde antes, desde un punto más fundamental y natural como canta el salmo:

Del Señor es la tierra y cuanto la llena.[5]

Pero existe un grado de mayor excelencia en esta esclavitud, que es la voluntaria y es la que nosotros realizamos con la consagración a María y a Jesús. Es la diferencia de quien trabaja para alguien, pero que a cambio recibe un sueldo, muy al contrario, de lo que sucede con el esclavo que sirve al señor y del que no espera nada a cambio. Confía en que su señor le dará todo lo que necesite para vivir.

Y es de esta forma en el que nos colocamos a los pies de María, y de Jesucristo y exclamamos:

He aquí la esclava del Señor.[6]

 

3. A María, y a Jesús, por medio de María.

Como bien sabemos, en la Iglesia Católica no existe una adoración a la Santísima Virgen María, sino una veneración[7], y nos consagramos a ella porque ella, habiendo sido la elegida por Dios como Madre de Jesucristo, es el ejemplo perfecto.

Ella es la que se entregó con todo su corazón a las palabras de Jesucristo:

“Sean perfectos como su padre celestial lo es”.[8]

En los momentos más difíciles, e incluso, cuando estamos desubicados o no sabemos qué paso tomar en nuestras vidas, ella nos lo explica de la manera más sencilla:

“Hacen lo que él les diga”.[9]

Conclusión: Hacemos la consagración a María Santísima, porque ella fue la elegida para que, por su persona, nos llegara el Salvador, ya que cumplió el plan de Dios a la perfección y queremos ponernos en sus manos para que nosotros también lleguemos a alcanzar a Dios.

Además, Dios también nos bendice a través de la consagración a su Madre, pues se obtienen grandes frutos, como son: Dar gloria a Dios, seguir un camino seguro nuestra propia santificación y ayudar en la santificación de las almas que dependen de nosotros.

[1] Grignon de Montfort, José Luis; Tratado de la verdadera devoción a María, Cap. I, versículo 16.

[2] Mt, 12:50.

[3] Cfr. Ibídem.

[4] “… Nosotros, los cristianos, más que ningún otro debemos entregarnos y consagrarnos como esclavos al Redentor, Señor nuestro” (Catecismo del Concilio de Trento, I, c.3, n. 12.)

[5] Salmo 24 [23],1.

[6] Lc. 1: 38.

[7] «Se la reconoce y se la venera como verdadera Madre de Dios y del Redentor […] más aún, “es verdaderamente la Madre de los miembros (de Cristo) porque colaboró con su amor a que nacieran en la Iglesia los creyentes, miembros de aquella cabeza” (LG 53; cf. San Agustín, De sancta virginitate 6, 6)”». “María […], Madre de Cristo, Madre de la Iglesia” (Pablo VI, Discurso a los padres conciliares al concluir la tercera sesión del Concilio Ecuménico, 21 de noviembre de 1964).

[8] Mt. 5:48.

[9] Jn. 2:5.