En relación con la fe

 
 

En relación con la fe:

Busquen formarse para conocer sólidamente su fe.

Contemplen y amen la persona de Jesucristo, Dios y hombre verdadero. Mediten diariamente el Evangelio, visítenlo en el Sagrario,

busquen revestirse de sus criterios, amores, motivaciones y sentimientos para tomar sus mismas decisiones. Hagan de Él, el centro e ideal de su vida; camino, verdad y vida; la meta en quién quieren transformarse, plenitud de su realización humana y cristiana.

Amen a Cristo cumpliendo amorosamente sus mandatos, vivan el Evangelio sin excepciones, especialmente en lo referente a la caridad y al mandato misionero.

Déjense penetrar por el amor de Cristo a la humanidad y amen a todos valorando el amor de Cristo crucificado por cada uno de ellos. Es imposible amar a Cristo sin amar a los hombres. Concreten su amor a Cristo en una entrega real y anegada al servicio de los demás, sabiendo que no hay mayor caridad que llevar a los hombres al conocimiento y amor de Dios. Siguiendo el ejemplo de San Pablo esfuércense por hacerse todo a todos para ganar a muchos para Cristo.

Distinganse por la vivencia práctica de la caridad: en el pensar, hablar y obrar.

Recuerden que en virtud de la vocación universal a la santidad, están llamados a seguir e imitar a Cristo casto, pobre y obediente, según su estado de vida. Pidan a Dios el don de la santidad, fruto de la gracia y de su colaboración con ella.

Aspiren a vivir su plenitud vocacional acogiendo con alegría y generosidad el plan de Dios para sus vidas: la vida matrimonial, consagrada y/o sacerdotal. Lleven este tema a su oración.

Sean sinceros y coherentes, formen su carácter y adquieran la virtud de la abnegación que les lleve a luchar por vivir de acuerdo a los principios y virtudes cristianas.

Unidos a Cristo den testimonio, sean “Luz del mundo y sal de la tierra”

Guiados por el Espíritu Santo testimonien sus doce frutos: caridad, gozo, paz, paciencia, mansedumbre, bondad, benignidad, longanimidad, fe, modestia, templanza y castidad.

Tengan iniciativa para promover, difundir y defender su fe y moral católica.

Pongan su confianza en el poder de la resurrección de Jesucristo y trabajen por Él sin fijarse tanto en sus cualidades o defectos.
Creen núcleos de amigos de intensa vida cristiana que aprecien, vivan y promuevan la vida de oración, la práctica sacramental y la participación generosa en algún apostolado.
Aprovechen el tiempo que Dios les conceda de vida, conscientes de que su vida es corta y sólo se vive una sola vez.
Procuren extender la verdadera devoción a la Santísima Virgen de Guadalupe, que consiste en la imitación de sus virtudes.

Amen a la Santísima Virgen María de Guadalupe, Madre de Dios, Estrella de la nueva evangelización y Reina de los apóstoles. No reduzcan su amor a un mero sentimiento, sino busquen con sinceridad imitarla en sus virtudes, especialmente en su caridad y en su obediencia a la voluntad de Dios. Este amor a María, es uno de los principales medios para acercar a las almas a Jesucristo y a la comunión plena con Él.

Practiquen los actos de la piedad popular mariana. Acudan siempre a Ella con total confianza poniendo en sus manos todos sus asuntos y necesidades, y muy especialmente a todas las águilas guadalupanas.

Amen a la Iglesia con el mismo amor con el que Cristo la ama y colaboren generosamente en su misión de extender el Reino de Cristo poniendo sus talentos al servicio de apostolados que promuevan el conocimiento, amor y seguimiento de Jesucristo en la Iglesia Católica.

Amen y respeten al Papa, Vicario de Cristo y sucesor de Pedro, a los Obispos sucesores de los Apóstoles y a los presbíteros. Estudien y divulguen las enseñanzas del Santo Padre. Colaboren con los obispos, párrocos o directivos de instituciones que promuevan la nueva evangelización de la sociedad.

CEC n 428: El que está llamado a “enseñar a Cristo” debe por tanto, ante todo, buscar esta “ganancia sublime que es el conocimiento de Cristo”… n 429: “De este conocimiento amoroso de Cristo es de donde brota el deseo de anunciarlo, de “evangelizar”, y de llevar a otos al “sí” de la fe en Jesucrsito…”

Cfr. Lc. 10, 27 “Amen a Dios sobre todas las cosas”. Jn. 13, 34;15, 12 “Ámense los unos a los otros como yo les he amado”

Cfr. Mc. 16, 15 “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio”

Cfr. 1Jn. 4,20 “Si alguno dice: “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve”.

Cfr. 1Cor. 9, 19-22 “Efectivamente, siendo libre de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar los más que pueda. Con los judíos me he hecho judío para ganar a los judíos; con los que están bajo la Ley, como quien esta bajo la Ley –aun sin estarlo- para ganar a los que están bajo ella. Con los que están sin Ley de Dios, no estando yo sin Ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo. Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles. Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos”.

Cfr. 1Cor. 13,13 “Ahora subsisten la fe, la esperanza y a caridad, estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad.

CEC 1699-1700: La vida en el Espíritu Santo realiza la vocación del hombre. Está hecha de caridad divina y solidaridad humana. Es concedida gratuitamente como una salvación.

La dignidad de la persona humana está enraizada en su creación a imagen y semejanza de Dios; se realiza en su vocación a la bienaventuranza divina. Corresponde al ser humano llegar libremente a esta realización. Por sus actos deliberados, la persona humana se conforma, o no se conforma, al bien prometido por Dios y atestiguado por la conciencia moral. Los seres humanos se edifican a sí mismos y crecen desde el interior: hacen de toda su vida sensible y espiritual un material de su crecimiento. Con la ayuda de la gracia crecen en la virtud, evitan el pecado, y si lo han cometido recurren como el hijo pródigo a la misericordia de nuestro Padre del cielo. Así acceden a la perfección de la caridad.

Ecclesia in América n 10: “… La gracia divina prepara, además, a los cristianos a ser agentes de la transformación del mundo, instaurando en él una nueva civilización, que mi predecesor Pablo VI llamó justamente “civilización del amor”.

Lc. 9,23 “El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz de cada día y sígame”

Mc. 5, 13.

Ga 5,22-23: “En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí; contra tales no hay ley”.

Jn 15,15: “No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído de mi Padre os lo he dado a conocer”

2 Cor 5,16-18: “Así que en adelante, ya no conocemos a nadie según la carne. Y si conocimos a Cristo según la carne, ya no le conocemos así. Por tanto, el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación”.

Christifidelis Laici – CFL n 46: Los jóvenes no deben considerarse simplemente como objeto de la solicitud pastoral de la Iglesia; son de hecho —y deben ser incitados a serlo— sujetos activos, protagonistas de la evangelización y artífices de la renovación social[170]. La juventud es el tiempo de un descubrimiento particularmente intenso del propio «yo» y del propio «proyecto de vida»; es el tiempo de un crecimiento que ha de realizarse «en sabiduría, en edad y en gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2, 52).

Heb 9,27: “Y del mismo modo que está establecido que los hombres mueran una sola vez, y luego el juicio.

Rosarium Virginis Mariae n 15: El Rosario nos transporta místicamente junto a María, dedicada a seguir el crecimiento humano de Cristo en la casa de Nazaret. Eso le permite educarnos y modelarnos con la misma diligencia, hasta que Cristo «sea formado» plenamente en nosotros (cf. Ga 4, 19).

CEC 971: “Todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lc 1,48) “La piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del culto cristiano…”.

Ibid Eccle in A n 10

CEC 874-887: Razón del Ministerio Eclesial: El mismo Cristo es la fuente del ministerio en la Iglesia. Él lo ha instituido, le ha dado autoridad y misión, orientación y finalidad.